viernes, 6 de octubre de 2006

Asombro...

¿Qué hay entre el asombro y la ignorancia?, o mejor planteado, ¿la inocencia con la que el ser humano llega a este mundo?, ¿aquella simplicidad y sencillez con la que la más tenue y frágil mota de polvo en el aire obtiene miles de espectadores al flotar en un cuarto lleno de niños que apenas y pueden mantener abiertos sus ojitos acostumbrados a la penumbra materna?, y no sólo la siguen, sino que ríen con ella, le encuentran una fascinación inexplicable para alguien que no los ve con ternura; y no es extraño que ese asombro alimente a un monstruo lleno de preguntas a las que agobiara a aquellos que a pesar de no saberlo, han perdido esa curiosidad natural, y de ese modo el mismo pequeño que un día mira el ulular de los árboles que se encuentran frente su habitación, tratará de perseguir una paloma para tratar de entender como funciona su vuelo, incluso lo imitará sin obtener el resultado deseado; muy probablemente llegue a ser un joven, un adulto que quisiera que los árboles dejasen de hacer ruido pues lo distraen, o maldecirá a las palomas, por estorbar su paso.
Pero, ¿qué hay en esa llaneza?, que la inopia no logra vencer, que el orgullo rompe como navaja cada vez más filosa con los años ¿dónde está la magia con la que nacemos? Será que con el tiempo sólo creemos en lo que queremos creer, y preferimos ver OVNI’s y pertenecer a religiones, que ver la maravilla de las estrellas al amanecer, o las ardillas jugueteando por comida, ¿dónde está esa cara de sorpresa al ver a los perros? Y gritar con asombro “papá, papá un Gua Gua” para obtener la fantástica y maravillosamente elaborada respuesta de un padre que no escucha de su hijo eso por primera vez “sí, mira un perro” (en un tono más irónico que de asombro); ¿pero que sucede si a los 20 años te asombrases al ver una ardilla?, ¿o te quedases viendo la infinidad de estrellas sobre ti?, ¿qué cada día sigas encontrando mil cosas de que asombrarte? La gente “promedio” suele tener nombres para esas personas… raros, excéntricos, diferentes, ignorantes (suele ser la más fuerte, y que generalmente no tiene razón ni fuerza o motivo de ser, incluso afirmando que a veces las personas más inteligentes, son aquellas que nunca pierden el asombro por el mundo) quizá ingenuos, pero jamás he escuchado decirles “ideológicos, naturalistas, quizás filosóficos, o positivos” , esas son las personas que no necesitan ver una película con grandes efectos especiales, o maquillajes muy elaborados, ni fotos alteradas para poder encontrarle un sentido más profundo a esta vida.
Cuando era más pequeña, llegué a pensar que quizá las personas que perdían esa ilusión por el asombro, creían en la reencarnación, y por eso ya se habían aburrido, o quizá sólo las almas nuevas se asombraban, mientras que las más experimentadas lo habían vivido tantas veces que ya no le encontraban nada distinto. Con los años me di cuenta que eso no tenía nada que ver, no sé, y quizá nunca sepa si hay almas nuevas y viejas, si vivimos en este plano una o más veces, y aun así, aún sabiendo que indudablemente sin considerar si creemos en ello o no, vivimos en una incertidumbre sobre este tema, entonces, ¿en dónde recae que se pierda el asombro con la edad? ¿Será que entre más sabemos, o creemos saber, y más conocemos menos nos asombramos?, ¿será esta una relación inversamente proporcional?, pero entonces, ¿cómo explicar a Platón?, ¿o a Shakespeare?, que podían recitar una apología sobre el “simple” caer de una hoja, y máxime desarrollar sobre esta misma “simpleza” una teoría sobre la gravitación planetaria como hizo Newton.
Seguramente podríamos escribir todo un himno referente al asombro, pues no es difícil el empezar, sino el terminar, pues ¿cómo cierras una palabra con tal significado, con un trasfondo humanístico tan esencial, tan indispensable?; y sí, remarco la palabra INDISPENSABLE, porque históricamente, si retomas con atención la historia, notarás que siempre se inventaron cosas, y sin duda vivimos en un momento de esplendor tecnológico, pero, si no viésemos lo “tecnológico”, que por un par de décadas los inventos que consideramos “magnánimos” se reducen tristemente a una pobre modificación de algo, como un ejemplo, las proyecciones de películas, para no ir tan lejos, dejémoslo con la famosa 8 pistas, que pasó a ser una Beta , con unas funciones nuevas como adelantar y regresar, luego la VHS, y el invento maravilloso, puedes grabar directo de la tele y hacer exactamente lo mismo que con la Beta, y quien deja a un lado el DVD, ¡wow, hace exactamente lo mismo que la VHS! Claro, ahora los podemos llevar en el coche, pero ¿realmente necesitamos ver películas si tenemos cientos de libros o cosas que admirar?, pero sería difícil entenderlo, y prefiero pensar en los grandes descubrimientos realmente basados en el asombro del hombre, como los hermanos Wright que no dejaban de preguntarse como alzaban el vuelo las aves, los maravillosos aviones, los pitagóricos, cuyo asombro por las matemáticas nos llevaron a teoremas gracias a los cuales ahora podemos tener nanotecnología, tener chips, o para no ir tan lejos, encender una estufa, y no digo que tengamos que ser ingenuos, hay que aprender, pero una cosa es reconocer que cuando eres niño te sorprende poder hornea un pastelito con un foco, pero ¿por qué no al crecer poder sorprendernos de haber creído que un foco hornearía un panecito?.
En fin, el asombro no debe de perderse, sino perfeccionarse, modificarse, tomarnos un minuto para observar las cosas, no sólo mirarlas, y seguramente notaremos que hasta el más mínimo detalle, la más minúscula mota de polvo en el aire puede atraernos pese a la edad, y ¿por qué no arrancarnos una sonrisa al pensar como algo tan minúsculo nos atrae tanto, nos “sorprende tanto”?


Samantha Garnica.

No hay comentarios.: