Julio Urtázar era un niño de 7 años, un niño flaco y asustadizo que además de flaco y asustadizo, tenía asma y le daban miedo los payasos; que se enfermaba casi todos los domingos, que comía alimentos sin conservadores y era alérgico al polvo. Julio Urtazar o "Julito" como lo llamaban en su casa recibió a los 9 años una bicicleta un poco vieja que había pertenecido a su abuelo. A los 12 años, en sexto de primaria, Julito intercambió su no tan flamante bicicleta con su no tan amigo Carlos Rodríguez por una caja de herramientas llena de canicas. A los 15 intercambió de nuevo su caja de herramientas llena de canicas por una caja de revistas pornográficas de baja calidad con un niño gordo que vivía en su vecindario... nunca las vio. A los 17 subastó las revistas pornográficas de baja calidad entre sus amigos de la preparatoria... obtuvo un six de cerveza indio y $350 que juró nunca gastar en memoria de su abuelo. A los 19 años gastó sus $350 para comprar un televisor blanco y negro de 17 pulgadas que no servía. A los 21 años el televisor blanco y negro de 17 pulgadas que no servía cambió extrañamente de dueño y no logro entender cómo; esta vez Julio (ya no Julito) obtuvo a cambio los rines oxidados de un mustang 68, auto que había comprado en el deshuesadero semanas antes y que carecía de rines. Dispuesto a abandonar la tarea del trueque, Julio nunca intercambió aquellos rines; pero el destino manifiesto del cambalache se hizo presente aquel sábado de abril cuando le robaron el mustang afuera de la cafetería San Fernando, Julio tenía 23 años y lo único que logró rescatar, fue una burlesca nota de los ladrones que versaba así "gracias por todo" y que guardó durante mucho tiempo en su cartera. A los 25 años, cuando Julio terminó dolorosamente su relación de cuatro años con Samantha Garnica no sabía cómo despedirse de ella, así que sacó la pequeña nota de su cartera y se la dio "gracias por todo" ella a su vez, le entregó su collar de perlas falsas para que nunca la olvidara. A los 27 años, Julio se vería forzado a abandonar el país por asuntos políticos, tomaría un tren en la estación Buenavista que lo llevaría durante las siguientes 28 horas rumbo al sur; en el transcurso conocería a una mujer no muy guapa ni muy inteligente, con la que tendría un encuentro oportuno en el vagón comedor la única noche que estuvieron juntos; al final de la velada Julio le entregaría el collar de perlas falsas a cambio de un beso en los labios.
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A los 28 años, Julio ya no era ni flaco ni asustadizo, había logrado controlar el asma, enfermaba poco y comía de todo; ahora era un tipo de cuidado, fuerte, con carácter. No me atrevería a pensar qué hubiera sido de Julio sin aquella bicicleta, pero él sí. Momentos después de bajarse aquel día del tren se dio cuenta que estaba enamorado de la chica del vagón comedor y que después de la larga travesía de intercambios, ahora se quedaba sin nada (o con nada para no cometer un error sistemático), que aquel beso lo había perdido cuando el ferrocarril del sur continuó su viaje... quince minutos después, y sin pensarlo mucho, llegó a la taquilla; compró un boleto para el siguiente transur que llegaría a la mañana siguiente: ahora ya nada importaba, tenía que recuperar aquel beso a como diera lugar.
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5 comentarios:
Los besos no regresan. Todo lo que hacemos, en nuestro patético afán por recuperarlos, es pedir más.
saludos (:
-ya estoy de vuelta...-
Que cosas!!!... me perdi en las letras... en el destino del Julito y del no muy mejorado Julio... me perdi en su vida... y en el tejer de una bicicleta... la bicicleta que culmino en beso...
recuperar besos, casi del viento,
casi del cuerpo...
Una vez más gran texto señor, me parece fantástica el uso del "cambalache" es bueno regresar a la blogósfera y encontrar cosas como ésta. Paseate por mi bló!
No he leído el texto, pero qué buena imagen. (Prometo leerlo.)
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