Hace dos años una mujer me arropó con su reboso, y entre
colores y tejidos fuimos descubriendo eso que dicen que es el querer. Me abrió
sin permiso las puertas y ventanas, esas que estaban “cerradas por demolición”
y fuímonos haciendo sordos al pasado escuchando el percundeo del corazón;
haciendo camino, echándonos la vida, jugándonos los sentimientos, arriesgando
eso que tan celosos guardábamos.
¡Ay hechicera de hechizos que me hechizan! Con tus ojos de
luna, con tu voz de gorrión, con tu belleza clásica, con tus danzas y andanzas,
con tus sueños e ilusiones, con tus miedos y temores, con coplas para el
corazón.
Me fuiste llenando las cazuelas de sentimientos, mostrándome
nuevos fandangos que yo no conocía pero quería conocer, zapateando tonaditas de
instrumentos sabrosos, enseñando el café con pan y otros platillos que se comen
a escondidas.
Pero luego, ya mientras van pasando mucho estos años, porque
no son tantos pero ocurren fuerte, hay cosas que acontecen, unas veces
oscurecen, pero otras llenan de luz. Así la llevamos, pisando fuerte, rompiendo
mitos y piernas y diagnósticos. Viviendo mil veces lo vivido, peleando entre
nosotros y junto a nosotros, pero siempre por/para lo bueno que es el cariño y
la compañía y el acompañamiento, enfrentando todo lo duro con lo que chocamos y a veces chocando en blandito.
Al final de estos años, yo se de cierto que tengo una mujer
a mi lado, que más que mi amiga o mi novia, es mi compañera; y eso ya es más de
lo que un hombre como yo pueda ya no digamos pedir, sino querer…
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