miércoles, 5 de mayo de 2010

Después del Amor/ Hasta luego Carlos Llano

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El viernes pasado el Dr. Llano nos leyó a sus alumnos (me refiero a los actuales, que alumnos tiene muchos) un poema de Miguel Hernández. Hoy que nos avisaron de su muerte no pude más que pensar en el poema, en lo que decía; pensar en el Dr. Llano diciendo esas palabras que de alguna manera esconden algo, un no se qué, como que saben diferente. Yo no tenía años de conocerlo como algunos otros profesores, no eramos íntimos; charlé con él sólo un par de veces fuera de clases, siempre decía lo mismo "y tú en que preparatoria estudiaste" y se quedaba pensando, burlándose, pero de esa manera tan noble que tenía de burlarse de la gente, de esa forma tan sofisticada que hasta le da gusto a uno. "Pero tú no eres el mismo Eduardo de la semana pasada" me decía cuando pasaba lista y yo era el mismo pero otro. Él se reía, y yo me reía.





Después del Amor



No pudimos ser. La tierra

no pudo tanto. No somos

cuanto se propuso el sol

en un anhelo remoto.

Un pie se acerca a lo claro.

En lo oscuro insiste el otro.

Porque el amor no es perpetuo

en nadie, ni en mí tampoco.

El odio aguarda su instante

dentro del carbón más hondo.

Rojo es el odio y nutrido.



El amor, pálido y solo.



Cansado de odiar, te amo.

Cansado de amar, te odio.



Llueve tiempo, llueve tiempo.

Y un día triste entre todos,

triste por toda la tierra,

triste desde mí hasta el lobo,

dormimos y despertamos

con un tigre entre los ojos.



Piedras, hombres como piedras,

duros y plenos de encono,

chocan en el aire, donde

chocan las piedras de pronto.



Soledades que hoy rechazan

y ayer juntaban sus rostros.

Soledades que en el beso

guardan el rugido sordo.

Soledades para siempre.

Soledades sin apoyo.



Cuerpos como un mar voraz,

entrechocado, furioso.



Solitariamente atados

por el amor, por el odio.

Por las venas surgen hombres,

cruzan las ciudades, torvos.



En el corazón arraiga

solitariamente todo.

Huellas sin compaña quedan

como en el agua, en el fondo.



Sólo una voz, a lo lejos,

siempre a lo lejos la oigo,

acompaña y hace ir

igual que el cuello a los hombros.



Sólo una voz me arrebata

este armazón espinoso

de vello retrocedido

y erizado que me pongo.



Los secos vientos no pueden

secar los mares jugosos.

Y el corazón permanece

fresco en su cárcel de agosto

porque esa voz es el arma

más tierna de los arroyos:



«Miguel: me acuerdo de ti

después del sol y del polvo,

antes de la misma luna,

tumba de un sueño amoroso».



Amor: aleja mi ser

de sus primeros escombros,

y edificándome, dicta

una verdad como un soplo.



Después del amor, la tierra.

Después de la tierra, todo.


Miguel Hernández

2 comentarios:

Estados de ánimo dijo...

wow es realmente genial el poema.
U.u

Juan Cruz Mateu dijo...

Qué buen recuerdo el de tu profe. Que en paz descanse. Y el poema es una maravilla. Un abrazo.