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El viernes pasado el Dr. Llano nos leyó a sus alumnos (me refiero a los actuales, que alumnos tiene muchos) un poema de Miguel Hernández. Hoy que nos avisaron de su muerte no pude más que pensar en el poema, en lo que decía; pensar en el Dr. Llano diciendo esas palabras que de alguna manera esconden algo, un no se qué, como que saben diferente. Yo no tenía años de conocerlo como algunos otros profesores, no eramos íntimos; charlé con él sólo un par de veces fuera de clases, siempre decía lo mismo "y tú en que preparatoria estudiaste" y se quedaba pensando, burlándose, pero de esa manera tan noble que tenía de burlarse de la gente, de esa forma tan sofisticada que hasta le da gusto a uno. "Pero tú no eres el mismo Eduardo de la semana pasada" me decía cuando pasaba lista y yo era el mismo pero otro. Él se reía, y yo me reía.
Después del Amor
No pudimos ser. La tierra
no pudo tanto. No somos
cuanto se propuso el sol
en un anhelo remoto.
Un pie se acerca a lo claro.
En lo oscuro insiste el otro.
Porque el amor no es perpetuo
en nadie, ni en mí tampoco.
El odio aguarda su instante
dentro del carbón más hondo.
Rojo es el odio y nutrido.
El amor, pálido y solo.
Cansado de odiar, te amo.
Cansado de amar, te odio.
Llueve tiempo, llueve tiempo.
Y un día triste entre todos,
triste por toda la tierra,
triste desde mí hasta el lobo,
dormimos y despertamos
con un tigre entre los ojos.
Piedras, hombres como piedras,
duros y plenos de encono,
chocan en el aire, donde
chocan las piedras de pronto.
Soledades que hoy rechazan
y ayer juntaban sus rostros.
Soledades que en el beso
guardan el rugido sordo.
Soledades para siempre.
Soledades sin apoyo.
Cuerpos como un mar voraz,
entrechocado, furioso.
Solitariamente atados
por el amor, por el odio.
Por las venas surgen hombres,
cruzan las ciudades, torvos.
En el corazón arraiga
solitariamente todo.
Huellas sin compaña quedan
como en el agua, en el fondo.
Sólo una voz, a lo lejos,
siempre a lo lejos la oigo,
acompaña y hace ir
igual que el cuello a los hombros.
Sólo una voz me arrebata
este armazón espinoso
de vello retrocedido
y erizado que me pongo.
Los secos vientos no pueden
secar los mares jugosos.
Y el corazón permanece
fresco en su cárcel de agosto
porque esa voz es el arma
más tierna de los arroyos:
«Miguel: me acuerdo de ti
después del sol y del polvo,
antes de la misma luna,
tumba de un sueño amoroso».
Amor: aleja mi ser
de sus primeros escombros,
y edificándome, dicta
una verdad como un soplo.
Después del amor, la tierra.
Después de la tierra, todo.
Miguel Hernández
2 comentarios:
wow es realmente genial el poema.
U.u
Qué buen recuerdo el de tu profe. Que en paz descanse. Y el poema es una maravilla. Un abrazo.
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