lunes, 27 de julio de 2009

Pan calientito


El otro día muy temprano pasé por una panadería, ya saben, a esa hora mítica en la que sale el pan de los hornos, a esa hora que pasar a lado de una panadería se vuelve una delicia pues el aroma del pan caliente no sólo te invita a pasar, sino que te seduce y casi casi te obliga a introducirte en ese suculento mundo de moronitas y migajón. Obviamente entré, no se puede pasar por alto tan agradable situación. Era una de esas panaderías de las que ya casi no hay, de esas panaderías clásicas que tienen espejos en las paredes, que se le notan los años en las abolladuras de las charolas, en las que aun dan bolsas de papel estraza y que usan esas antiguas pero siempre impresionantes cajas registradoras viejísimas.

Lo delicioso fue ver salir el pan en las torres enormes y escuchar como los bolillos aun tronaban de que acababan de salir del horno, en verdad tronaban, calientitos, como para abrir uno y llenarlo con mantequilla y darle una mordida mientras el olor te llenaba el alma.

Al final, terminé comprando tres bolillos que abrí lentamente cuando llegué a mi casa, los tomé con delicadeza y les encajé el cuchillo, a uno le puse mantequilla, el segundo lo disfruté con mermelada de zarzamoras; me impresionó que el pan aun estaba caliente cuando me lo comía, delicioso, no se si alguno de ustedes ha tenido la experiencia de comer pan salidito del horno, pero es una de esas cosas que uno no debe dejar pasar nunca. El tercero para los que se quedaron con la duda, lo guardé hasta la noche, y me lo comí sopeado en un café con leche; actividad muy practicada hace algunos años en esos exóticos cafés mexican-chinos de la colonia Roma.
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