Vivimos en la era de lo insignificante, buscando el sentido de nuestras vidas en experiencias vacías, inmersos en la rutina de lo cotidiano, en la cultura del fast track, de las pantallas inteligentes, del entretenimiento efímero y barato, de las satisfacciones dosificadas, de las emociones por capítulos.
Estamos tan alienados, tan despojados de nosotros mismos, qué nos olvidamos de lo verdaderamente valioso, de los pequeños espacios de realidad verdadera, sin filtro; de la belleza de lo simple, de la profundidad de lo sencillo, de la infinita grandeza de la naturaleza que se revela ante el asombro de una mirada inocente.
Es en la experiencia del mundo real, tangible, complejo, que descubrimos nuestra propia esencia, nuestra finalidad, nuestro sentido. Sólo ahí, en esos pequeños instantes de significado, somos plenamente hombres, plenamente humanos, sin más pretención que la de vivir intensamente.