viernes, 3 de septiembre de 2010

La realidad no basta

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Hay días que son diferentes, no se explicar cómo son, pero son diferentes. Hoy por la tarde cuando salí de trabajar comenzó a llover. Era esa hora mítica en que el cielo está medio obscuro, medio rojo... medio vivo; la hora en que los pájaros se vuelven locos y los autos cantan y la gente grita y corre y sale de trabajar y el mundo es un caos. 
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Creo que no escribo tan bien como creía; creo que debo escribir más. 
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Había tomado un par de tragos y quería un cigarro. Me introduje en el mundo de las gotas y los autos; caminando sobre asfaltos mojados, pensamientos confusos y semáforos en rojo. Un taxi apareció frente a mi y me detuve... entonces por un momento sólo fui yo. En medio de la calle parado, con el pelo empapado, con el saco empapado y con los pies en un charco; y miles de sonidos diversos y dispersos bombardeándome, la totalidad envolvente. Me detuve sólo para escuchar la ciudad, para entender a qué suena el mundo... y era perfecto. Sentí la inmensidad sobre mí, la infinitud apuntándome, señalándome con su dedo descomunal. Me sentí extasiado, sofocado... vivo.

Entonces el taxi tocó la bocina y como si hubiese caído de un décimo piso, tuve un golpe de irrealidad, de subjetivismo puro. Me moví de nuevo, fui a la tienda y compré dos cigarros: uno me lo fumé mientras me abandonaba nuevamente a mis sensaciones, en esa especie de rapto voluntario, de secuestro metafísico. 

Al otro cigarro le escribí la fecha y lo guardé, lo guardé como el recuerdo del día que descubrí la forma de inmiscuirme en el mundo, el día que descubrí que la realidad no basta.
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