miércoles, 23 de abril de 2008

Noche de prozac


La botella de Asti estaba vacía sobre la mesa del estudio. El cenicero, repleto de colillas aún humeaba por el último cigarro que había sido ansiosamente agregado a su contenido. Había también dos copas de vidrio medio llenas, una más que la otra, además de un libro de Proust que completaban la escena de perfecta armonía. Al otro lado de la estancia, en el escritorio, J lanzaba con furia la pluma fuente contra la taza de café que había dejado a medias por la mañana.

Marcela acababa de marcharse, había pedido un taxi de sitio después de la cena, se despidió seria, fría, tal vez molesta. Había estado distraída toda la noche, sin ese encanto de verano que la caracterizaba.
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Los platos aún estaban manchados con la salsa de la pasta, las velas apagadas permanecían en el cenador como la imagen triste de un evento memorable que quedó en el pasado. J se dispuso a recoger los testigos de la noche, guardó las velas, apagó el estéreo, lavó los platos y regresó al estudio donde la taza yacía rota en el suelo y el café derramado en la alfombra. Cuando se sentó, tenía la cara de fatiga, de incertidumbre, de desolación; sacó del cajón secreto un vistoso pastillero y tomó una de las cápsulas amarillas mientras se terminaba de un trago el contenido caliente de las copas; era noche de prozac. Sólo quedaba un cigarrillo en la cajetilla, lo tomó, lo golpeó contra la mesa siguiendo el viejo ritual, después sacó de sus pantalones un paquete de cerillos extraños, como aquellos que regalan en los hoteles; encendió uno y se quedó mirando la flama azul, pequeña, inofensiva; sin prisa acercó el fuego al cigarro y le dio una bocanada, sacó el humo lentamente, se quedó mirándolo también; las complejas figuras que se formaban siempre le habían parecido intrigantes.

Eran las 3:00 am y ni el cansancio, ni el Asti, ni el prozac habían logrado que conciliara el sueño; tenía en la cabeza a María, siempre a María. Llevaba meses dándole vueltas al asunto y podría seguir así durante años.
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Afuera comenzaba a llover, algunos relámpagos iluminaban esporádicamente el departamento, el cigarro a medio consumir se reuniría pronto con sus similares en el campo de batalla.
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En medio de los sofocantes pensamientos, un trueno hizo retumbar todas las ventanas del salón. De regreso a la realidad J tomó apresuradamente el abrigo del perchero y las llaves del buró: estaba nervioso; sin embargo al caminar por las calles obscuras, con aquellos faroles iluminando en lapsos la banqueta, se respiraba a su alrededor un cierto aire tranquilo, silencioso y pensativo.
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Su destino aún no lo conozco; tal vez María, tal vez Marcela, dejemos que el propio personaje lo descubra por sí sólo; démosle un poco de privacidad, ya habrá otro momento en que podamos preguntárselo (si es que no me olvido de él como claramente me he olvidado de su nombre).

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domingo, 6 de abril de 2008

breve descanso para escribir...


Entre mi regreso inoportuno, mis exámenes obsesivos (o mejor dicho obsesionados), mis tareas nocturnas, mis trabajos inexistentes, la falta de mis textos públicos (no publicados), y mi actuación "Tisbeana" se me acaba el tiempo. Pero hoy, en la efímera desesperación del estudio absurdo, abstracto o cualquier palabra con ab, me impongo un descanso obligado, no ya para comer, beber o gastarlo en insanos y superfluos acontecimientos vanos, no señores, no señoras, no señorita, no pequeñines... ¡no!



En este preciso momento en que la disonante campanada llama a los fieles a festejar las pascuas, ¡yo! en mi semiótica privada, me dispongo a otorgarles un minuto, tal vez más, de mi atropellado pensamiento, de mi futilidad incierta, de mi económica semántica, de estas manos que se desgarran con sus propias uñas por escribir párrafos necesarios con ideas contingentes y traerles a ustedes por la despreciable cantidad de nada, este inútil y nada apreciable mensaje de... (mmm... aún no sé de qué, esperemos que las líneas que están por venir, nos revelen el secreto).



Así pues con la venia, he de relatarles la cómica y dramática historia de Melquíades Alsacio Bernardino Robles de Sahagún y su triste paje "el tlacuache" que en la colonia (Guerrero) sortearon las calamidades más inverosímiles y sufrieron las más terribles y tortuosas situaciones; sólo para que yo, en mi faceta de narrador, les contase a ustedes, en su faceta de auditores, cada dato irrelevante de su helénica travesía.



Por lo pronto diseminaos (porque no se me ocurre nada) sin olvidar que hay verdades más verdaderas y entre ellas, yo les enuncio este humilde mensaje que se me ha revelado.



"El escritor no sólo tiene un estilo propio; en la literatura también hay tonos..."



Marchaos ahora; pero volved, volved pronto a este espacio inexistente de irrealidades y bytes, a este lugar a veces frío, a veces cálido en la desolada red de telaraña. Yo os prometo, que más tarde que temprano, escribiré nuevas odas a la resplandeciente mañana (que weba).







(Chin, ya no se cómo acabar este desmadre que hice, pero como me tengo que ir a estudiar, pues ahí le dejo.)